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viernes, 8 de octubre de 2010

Mother am i really dying?



"Mother do you think theyll drop the bomb?
mother do you think theyll like this song?
mother do you think theyll try
to break my balls?
mother should i build the wall?
mother should i run for president?
mother should i trust the government?
mother will they put me in the firing line?
mother am i really dying?
hush now baby, baby, dont you cry.
mothers gonna make all your
nightmares come true...."



Terminé la consulta del día de hoy... 

Bión menciona que la “falta o carencia básica” se vive como un momento muy particular y crítico en el proceso psicoterapéutico. El paciente admite que le hace falta algo en su interior, que “algo” anda mal, que “algo” se descompuso y debe ser reparado. Admite que ese “algo” le hace falta en el interior. Poco a poco percibe que esa carencia que es distinta a estar ante una encrucijada, una crisis vital o conflicto que apremia resolver. Este “algo” progresa y se desarrolla la sensación de que “alguien” les falló o los descuidó. Inicialmente se le adjudica al terapeuta. El paciente se torna demandante de atención, requiere que el terapeuta que esté siempre o continuamente disponible, tiene miedo a que pueda faltarle y genera grave angustia de que pueda fallarle.  

En este punto tan significativo durante una psicoterapia, el terapeuta toma un papel activo, se humaniza, resignifica y desidealiza la relación entre ambos, establece contacto afectivo y se asume la relación entre dos seres humanos incompletos que reconocen la insatisfacción de su deseo.

En mi experiencia, he comprendido, que para observar(se) e integra(se) hay que Ser asumiendo la ausencia. La ausencia del afecto que nos hizo falta durante nuestra crianza. Ello permite aclarar y tomar perspectiva de mis emociones y de aquello que presiento constituye un vacío emocional que busco llenar a través de buscar el afecto faltante en otros. Ser consciente de mi vacío emocional me da las posibilidades de sostenerlo e instalarme en un marco de realidad donde puedo interactuar con otros, haciéndome cargo de mis emociones e individualidad.

Traía esto en mente mientras conducía de regreso a casa...

Todo fluía. No había tráfico y la música en la radio era apacible. El locutor dijo “es una noche fría cortesía del cuarto frente frío que cubre el norte, el centro y el oriente de la República Mexicana, se mantiene el cielo despejado y temperaturas frías por la mañana y noche con potencial de heladas”. 


Al escuchar “es una noche fría" me di cuenta que estaba preocupado por mi Santiago, mi paciente, un chico de 16 años con un profundo vacío emocional, el padre ausente durante la mayor parte de su vida y la madre sobreportectora, persecutora y agresivo pasiva.  Al día siguiente ambos padres habían decidido que debía regresar a un centro residencial de tratamiento tras dos consumos de cocaína, intuía que el "internamiento" era para los padres una forma de librarse de él.

Yo habría de ejecutar el internamiento con los criterios diagnósticos en la mano... 

Me hizo sentido la frase “potencial de heladas” y sentí enojo contra “los padres” de mis pacientes que acuden a solicitar atención psiquiátrica adictológica y no alcanzan a delimitar el campo de acción e influencia de mi labor. Sin embargo, Yo asumo esa posición al afirmarme como "la autoridad que ( y de) los padres de un consumidor de drogas", me doy como "el parche" a ese vacío...  

Yo soy la noche fría con el potencial de helarlos (internamiento involuntario)...

Para esos padres impotentes Yo soy la costurera psíquica que zurce “hijos a la medida”, pues frecuentemente me hacen demandas como: “Por favor dígale que….”, “Hable con él para…” “A usted sí le hace caso, ¡dígale que haga! o ¡que deje de hacer!…”. Hace algunas semanas, tras una demanda de este tipo, le contesté a la madre de una paciente francamente irritado 

- ¿¡Yo!? Dígale usted…. Es su hija….- 

Esta respuesta poco empática le sorprendió y me sorprendió. 

¿Cuál es la raíz de este enojo? pues siendo sinceros la mujer me simpatiza, es atenta, culta, educada… ¿qué me hizo reaccionar así?... ¿sentirme explotado?, ¿prestarme a la ejecución de sus deseos sádicos dirigidos a su hija por no cumplir con sus deseos que en su fantasía completarían su falla básica?, ¿la incapacidad de transmitirle las prioridades médico psiquiátricas?, ¿el sentirme invadido… “mangoneado”?... ¿qué pasó?.... 


¿Le di voz al paciente o fue mi propia voz?... 


Analizando la dinámica, hijo (paciente) – Madre – Terapeuta me hace sentido mi agresión, el síntoma cardinal es la angustia. Paciente angustiado – madre angustiada – terapeuta que reacciona ante una supuesta “falta” de gratitud, tornándose inflexible y reivindicativo. 

Por otra parte, el - “dígale que” - expresa, de una forma pasivo agresiva, angustia, ira, frustracón y un profundo temor de la madre a aproximarse a su hijo. El hijo se siente invadido, “mangoneado” y se opone en silencio a que los otros otros que le han fallado en el pasado vuelvan a decidir por él. El chico se aísla, se esconde para drogarse y permanece en ese horizonte autista y mortifero del goce que son las adicciones que describe Laurent.  Entre los participantes predomina la incapacidad para escuchar y comunicarse. La madre muestra una incapacidad para afirmarse como figura de autoridad empática capaz de contener a su hijo. Ella expresa la fantasía implícita de “por favor eduque a mi hijo” y yo la asumo como parte de un Goce.

Generalizando, los padres de estos chicos albergan profundos sentimientos de culpa, se sienten explotados y frustrados (ambos sentimientos que también asumí). Esta dinámica genera angustia y frustración que desemboca en francas batallas a muerte, donde el único objetivo es ver quien queda más herido, donde la única salida muchas veces es aniquilarse o separarse. Esto significa una erotización del odio, como decía Borboa, 

“el problema de las adicciones es un problema de amor mal entendido y hay amores que matan…”.

A forma de consideración debemos tener en mente que una relación sana y protectora implica ante todo empezar por observarse a sí mismo. Observar nuestra paternidad implica enfrentarnos al sentimiento de ineficacia y culpa que nos paraliza, hacernos cargo de nuestra vida emocional y por ende de nuestros vacíos. Debemos asumir que estos aspectos tienen gran influencia sobre la formación de nuestros hijos y ante todo debemos reconocer que nuestros hijos conocen nuestras reacciones, emociones y vacíos. 

Como terapeuta en adicciones se debe observar y reconocer la gran demanda que caracteriza este tipo de dinámicas, sí se provee lo que la familia adicta necesita lo darán por descontado de los honorarios, no hay aplausos ni reconocimiento, y más temprano que tarde nuevamente experimentaran  la necesidad insaciable y perpetua de recibir algo como es debido. Si a la familia adicta no se le provee de lo que necesita será por la ineptitud del terapeuta que les falló como aquellos que les fallaron en el pasado. La frontera, sí es que existe, es sumamente tenue. En todo momento se debe de clarificar el rol y las demandas que tienen los miembros de la familia hacia cada uno de los integrantes y de cada uno de ellos hacia el terapeuta. El terapeuta debe afirmarse en una neutralidad técnica permanente y desentrañar constantemente el delirio afectivo que existe en cada interacción que sostiene.  Debe tener claridad que los sentimientos de -aprecio y gratitud – le pertenecen al paciente y a sus familiares así como el sentimiento de – estar perdido, futilidad y apatía – el terapeuta debe instalarse de forma flexible, empática y dinámica dentro en un marco de realidad donde pueda interactuar con ellos en claridad de su propia carencia y su individualidad.


La Ilustración pertenece a la colección de LeLarve:

“LÍNEA DIRECTA”

TECNICA: Gráfica digital
TAMAÑO: 45x 30 cm
Papel liberón 300gr.
COSTO: $ 5,500 m.n. más gastos de envío.