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jueves, 4 de marzo de 2010

Arcelia y Zamira. Parte 2


Corolario: faltando a la regla tradicional de la anamnesis psiquiátrica que establece que el clínico es solo un observador (nunca narrador y anatema actor), debo reconocer que desde la primera escritura de este material surgieron en mí una serie de cuestionamientos que cimbraron mi rol de médico, psiquiatra y terapeuta. Explico. A los médicos nos entrenan para descubrir “a toda costa y a pesar de lo cruento que pueda llegar a ser el procedimiento” el origen – causa de la “enfermedad” y darle batalla encarnizada aunque esta no tenga remedio. Como terapeuta nos forman para navegar entre la incertidumbre, lo equívoco, lo multidimensional e hipercomplejo, donde lo subjetivo es la regla y es difícil establecer una mejoría. Cómo psiquiatra…


Influencia materna sobre el consumo de drogas.

Tras la muerte por cirrosis alcohólica del padre de Arcelia sus tres hermanos emigraron a Estados Unidos como “braceros”. Meses después la madre y
las tres hermanas vendieron lo poco que las ataba a Oaxaca y se establecieron en la capital. Abrieron una fonda y poco a poco prosperaron. Mantuvieron distancia de Arcelia y viceversa hasta tres años después del nacimiento de Zamira. Arcelia es diagnosticada de hepatitis, su estado de salud empeora rápidamente y su madre debe hacerse cargo de Zamira tras su muerte.

Yo jamás conocí a Arcelia, ella murió hace menos de tres años, su hija Zamira fue mi paciente. Cursaba el primer año de entrenamiento en psiquiatría adictológica cuando le conocí. Zamira fue ingresada para recibir atención en la Clínica de Adicciones con el diagnóstico de dependencia a múltiples sustancias psicoactivas, trastorno de la alimentación y una larga lista de conductas autodestructivas. Era su tercer intento de rehabilitación, los tratamientos anteriores los había abandonado a las pocas citas, jamás se había apegado a un tratamiento farmacológico y tenía múltiples ingresos de urgencia por graves intentos suicidas.

Durante la primera cita Zamira se muestra pasivamente crítica, suspicaz y sutilmente mordaz. Me mira a pinceladas haciendo un profundo escaneo. Tolera el silencio y controla su ansiedad predatoria a la espera de la mejor posición para atacar. Emplea el sarcasmo con la maestría y la puntualidad de un neurocirujano. Se muestra con “vocación de kamikaze” y sin embargo resuma la fragilidad del cristal de azúcar. Sus cuestionamientos son los de “una paciente profesional”. Su discurso está tan amaestrado como un oso de circo; aparenta que el único objeto de la cita es “vomitar todo aquello que no tolera” y yo solo representaba el vertedero. Bajo la premisa de que la psicoterapia no es un baño público y yo no soy un WC inicio el encuadre terapéutico e interpreto su actitud. Realmente imprimo fuerza en los cuestionamientos y ella hace lo sucedáneo. Al final de la sesión “deja sobre la mesa” que la única razón por la que solicita ayuda es debido al rompimiento con su novia Verónica. Dicho lo anterior se marcha.

Claramente su actitud está diseñada para generar agresividad y rechazo. En los sujetos con psicopatías es una estrategia defensiva común y fácil de sortear, es como un disfraz que emplean para obtener alguna ventaja. Sin embargo en Zamira constituía un personaje, esa estrategia no eran natural sino aprendida, condicionada para sobrevivir, como un libreto en donde si se alejaba de líneas específicas se quedaba sin voz, detonaba en un llanto mudo y hacía dentro, a bocanadas, como si se estuviera asfixiando. Paradójicamente las drogas constituían una forma de aliviar tanto dolor. - Adicción vs Duelo – era un planteamiento terapéutico arriesgado, pues la ruptura con Vero parecía ser el menor de sus problemas contrastado con dos tomos de expediente en los cuales “destacados psiquiatras” blandían diagnósticos y pronósticos desalentadores.

Solo hoy me doy cuenta que fue la primera vez que como “psiquiatra” no tenía el “conocimiento” para “entender” ni los ojos para ver. Sentí que debía de reconstruir toda una civilización a partir de un trozo de cerámica, para siquiera suponer que me permitiría aproximarme a ella - pero ¿ cómo abrazas a un erizo de mar si eres un puerco espin? - tenía claro que sean cuales fueren mis conocimientos en medicina, neurociencias y técnica psicoterapéutica era menester establecer una relación emocional, no teórica, para que tuviera despliegue el mundo interno de Zamira y se pudiese generar un vínculo. Al dar este paso el compromiso exigiría solidez ya que me impondría un papel de observador participante y navegaría dentro de sus maremotos psíquicos sin que pudiese siquiera anticipar el tiempo necesario para vislumbrar un puerto. Ante todo mi esquife tendría que resistir la tentación de constituirme como un “padre ideal”, un modelo a seguir ó imprimir “mi imagen y semejanza” a su vida. De hacerlo repetiría el error de Arcelia y quedaría varado en la dinámica terapeuta/rechazo, ansiedad/frustración, temor al abandono/castigo y al final naufragaría en agresión/contragresión. Debía generar la imaginación para que cada sesión constituyera un astillero para “estar estando” y “sentir sintiendo” en un eterno “aquí y ahora” para ambos, hasta el momento en que Zamira desplegara sus propias velas.

Hoy comprendo que fue la primera vez que tuve conciencia de que la bata no es un chaleco antibalas y toda la ira acumulada contra los hombres generación tras generación impactaría sobre mi piel, músculos y huesos. Ante Zamira expondría mi título de peleador en corto y en esta ocasión tendría que estar en todo momento bien parado (ubicado), abrazar y esquivar la mayor parte de golpes posibles (lo que en definitiva no constituye mi estilo pugilista), ya que, de obnubilarme la contragredería violentamente y de forma intensa, se ofuscaría mi capacidad de observar y comprender y sería desechado como los hombres fueron desterrados de este matriarcado perverso.

Recorrí junto con Zamira un largo camino antes de observar que la ruptura con Vero era la punta del iceberg que significaban una serie de pérdidas tan dolorosas que no atinaba a verbalizar. Conocer en detalle la historia familiar de Zamira representaba un único vehículo para introducirme en la complejidad de su mundo interno. La relación de Zamira y Arcelia se caracterizó por la ambivalencia (“mi madre me lo dio todo… no tenía a quien más dárselo y probablemente nadie más quisiera recibírselo… jamás me faltó nada, sin embargo cuando ella estaba en casa permanecía cansada, dormida ó de malas…”), un despiadado abuso físico, críticas excesivas e hirientes, abandono y negligencia; lo anterior bajo la fachada de un ambiente plagado de constantes agresiones disciplinarias. Desde el inicio de su vida el principal conflicto fue el rechazo al seno materno, no comía, lo cual se exacerbó durante los primeros años de vida. Arcelia vivía esto como un rechazo que no estaba dispuesta a dejar pasar, llegando a brutalizar la hora de los alimentos de maneras realmente atroces. Tras la muerte de Arcelia la abuela sostuvo a Zamira y se convirtió en una madre real.

Hasta este momento en la historia de ambas se puede observar que Arcelia reforzó y exacerbo los problemas de conducta en Zamira a través de la interacción maladaptativa que venía arrastrando. No supo aproximarse a su hija pues no tenía una matriz previa que le indicara el camino.

Esto a su vez retroalimentaba la tensión en Zamira y el rechazo hacia Arcelia, que se manifestó en rechazo a la comida (la comida simboliza lo materno pues la madre es el primer alimento). Zamira confrontó a su madre con sus debilidades personales envolviéndoles en estrés, frustración y violencia continua. Ambas experimentaban un sentimiento de ineficacia, donde el único lenguaje era el dolor y la angustia.

En grandes estudios de madres de pacientes adictos se ha observado que neurológicamente existe una gran dificultad para enfrentar la incertidumbre del medio así como una preocupación obsesiva y mórbida anticipatoria (creen que todo lo pueden y deben controlar, de no poder hacerlo, se tornan violentas) debido a fallas de la corteza supraorbitaria y prefrontal. Tienden fatigarse rápidamente debido a los graves índices de ansiedad que manejan lo que les lleva a inmunosuprimirse y enfermar frecuentemente. Son hipersensibles a la crítica y al rechazo tornándose aislados y violentos en algunas ocasiones. Necesitan ser aprobados por otros en por lo menos un aspecto de su vida, tienden a aislarse, muestra dificultad para expresar sus emociones, son poco empáticos, muestran dificultad resolver situaciones en las que las emociones juegan un papel importante, albergan por largo tiempo resentimientos, se muestra intolerantes y vengativos. Actualmente esta conducta se asocia a una alteración de la conexión de las neuronas en espejo con el sistema límbico y en particular con la corteza anterior del cíngulo. Clonninger establece que estos rasgos son heredables y se asocian a depresión, ansiedad y abuso de sustancias.

Esta aproximación es insuficiente pues la relación no es causal y me abre más preguntas: ¿de no ser por la “adicción” Zamira se habría aniquilado? ¿Su constelación familiar juega algún rol en su homosexualidad?... Es un hecho que la vida mental de un ser humano no puede sostenerse en ausencia de alguien significativo ¿la abuela fue esa figura significativa?, ¿Cuál fue mi rol? ¿Quién soy como psiquiatra? ¿y cuál fue el rol de Zamira en mi crecimiento personal? ¿Será patente aún el adagio de “infancia es destino”?

Sería una falacia decir que estas preguntas se resolverán en la próxima entrega, sin embargo abordaré la relación entre los estilos parentales, la homosexualidad y el uso de sustancias.

Agradeceré como siempre sus preguntas, críticas y comentarios a este texto.



La Ilustración pertenece a la colección PRIVADA de LeLarve:
“AUTORRETRATO”
Técnica mixta
Tamaño: 90x60cm.
Papel liberón 300gr.
No esta en venta.
http://lelarve.blogspot.com/

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